Pensar o sentir, repito, lo que le salga de donde
quiera salirle: la obra está ahí: desafiante,
respondiendo a color, forma, línea, volumen, metal,
altaneramente y por si sola a lo que quieran decirle.
Álvaro Cepeda Samudio de Los cuentos de Juana
Primer cuadro, panorámica de la ciudad de caracas, rápidas tomas de los principales centros comerciales, cambio de imagen a los cerros más miserables. Una niña en calzones jugando a los chocoritos (esto parece de Víctor Gaviria), el siguiente cuadro es el barrio Bucaral, la cámara hace una toma aérea en movimiento por toda la vía principal hasta la estación de policía y el centro deportivo. Otra toma de la calle en perspectiva y a lo lejos se escucha un susurro cuyo volumen se incrementa gradualmente hasta reconocerse en lo que toda la audiencia ya ha descifrado, bramidos furibundos de tambores. Aparece por un, minuto la figura de porcelana de santa Bárbara iluminada con destellos de candiles, se suceden varios cuadros rápidamente mostrando las ofrendas, madia patilla, una enorme copa de cristal llena con lo que parece ser vino tinto, siguiente. Cuadro de todas las ofrendas juntas y un retrato de un joven en el centro, el joven tiene un pequeño hilillo de bigote al mejor estilo de los boleristas del cine (me suena ahora a Fernando Meirelles). Siguiente cuadro, una calilla humeante sostenida por una mano arrugada de un moreno cobrizo con verrugas y uñas amarillas mal cortadas. Hasta este momento el sonido de los tambores no se deja escuchar. Siguiente cuadro, una toma aérea de un callejón nocturno (dicho sea de paso otra vez, los tambores no se han detenido), toma al nivel del piso, hay un borracho durmiendo en un charco (aproximadamente a tres metros de la cámara), de vuelta a la toma aérea, el borracho se trata de levantar y dice algo inaudible, el volumen de los tambores comienza a descender hasta casi desaparecer, es un susurro sordo otra vez. El borracho que logra levantarse con dificultad mira a un punto ciego dentro de la audiencia y se escuchan pisadas húmedas (por el charco, cuadro). Cambio a la fiesta con tamboras (aquí el que esté dirigiendo se puede dar una licencia, de por si me tome el trabajo de escribirle el cuentico), al mismo tiempo el volumen de los tambores vuelve a ser el mismo súbitamente. Una mujer llora en la fiesta, la toma es muy cercana al rostro arrugado y con exceso de maquillaje, al mismo tiempo el dueño de la mano arrugada fuma, y arroja el humo de la calilla sobre la figura de santa Bárbara, el grupo de tamboras comienza a gritar al mismo tiempo que ejecutan la percusión: Quimbara! Quimbara! Quimbara! Imitando a Celia Cruz, la mujer llora una vez más desgarradoramente, la música como los gritos entran a un espectral clímax donde la velocidad aumenta y los ojos de los músicos parecen dispuestos a salir de sus cuencas. Cambio al callejón otra toma a ras del suelo, aparecen un par de zapatos cocacolos muy cerca de la cámara sin que por eso se deje de ver al borracho en otro extremo, los zapatos apuntan en dirección al borracho, toma rápida a la fiesta la música se ha detenido, y todos en la fiesta están en silencio. Cuadro en el callejo a ras del suelo, el borracho esta tendido otra vez en el piso y sangrante, se oyen pisadas húmedas (ya te dije que son por el charco), la poca luz que habia titila hasta desaparecer.
quiera salirle: la obra está ahí: desafiante,
respondiendo a color, forma, línea, volumen, metal,
altaneramente y por si sola a lo que quieran decirle.
Álvaro Cepeda Samudio de Los cuentos de Juana
Primer cuadro, panorámica de la ciudad de caracas, rápidas tomas de los principales centros comerciales, cambio de imagen a los cerros más miserables. Una niña en calzones jugando a los chocoritos (esto parece de Víctor Gaviria), el siguiente cuadro es el barrio Bucaral, la cámara hace una toma aérea en movimiento por toda la vía principal hasta la estación de policía y el centro deportivo. Otra toma de la calle en perspectiva y a lo lejos se escucha un susurro cuyo volumen se incrementa gradualmente hasta reconocerse en lo que toda la audiencia ya ha descifrado, bramidos furibundos de tambores. Aparece por un, minuto la figura de porcelana de santa Bárbara iluminada con destellos de candiles, se suceden varios cuadros rápidamente mostrando las ofrendas, madia patilla, una enorme copa de cristal llena con lo que parece ser vino tinto, siguiente. Cuadro de todas las ofrendas juntas y un retrato de un joven en el centro, el joven tiene un pequeño hilillo de bigote al mejor estilo de los boleristas del cine (me suena ahora a Fernando Meirelles). Siguiente cuadro, una calilla humeante sostenida por una mano arrugada de un moreno cobrizo con verrugas y uñas amarillas mal cortadas. Hasta este momento el sonido de los tambores no se deja escuchar. Siguiente cuadro, una toma aérea de un callejón nocturno (dicho sea de paso otra vez, los tambores no se han detenido), toma al nivel del piso, hay un borracho durmiendo en un charco (aproximadamente a tres metros de la cámara), de vuelta a la toma aérea, el borracho se trata de levantar y dice algo inaudible, el volumen de los tambores comienza a descender hasta casi desaparecer, es un susurro sordo otra vez. El borracho que logra levantarse con dificultad mira a un punto ciego dentro de la audiencia y se escuchan pisadas húmedas (por el charco, cuadro). Cambio a la fiesta con tamboras (aquí el que esté dirigiendo se puede dar una licencia, de por si me tome el trabajo de escribirle el cuentico), al mismo tiempo el volumen de los tambores vuelve a ser el mismo súbitamente. Una mujer llora en la fiesta, la toma es muy cercana al rostro arrugado y con exceso de maquillaje, al mismo tiempo el dueño de la mano arrugada fuma, y arroja el humo de la calilla sobre la figura de santa Bárbara, el grupo de tamboras comienza a gritar al mismo tiempo que ejecutan la percusión: Quimbara! Quimbara! Quimbara! Imitando a Celia Cruz, la mujer llora una vez más desgarradoramente, la música como los gritos entran a un espectral clímax donde la velocidad aumenta y los ojos de los músicos parecen dispuestos a salir de sus cuencas. Cambio al callejón otra toma a ras del suelo, aparecen un par de zapatos cocacolos muy cerca de la cámara sin que por eso se deje de ver al borracho en otro extremo, los zapatos apuntan en dirección al borracho, toma rápida a la fiesta la música se ha detenido, y todos en la fiesta están en silencio. Cuadro en el callejo a ras del suelo, el borracho esta tendido otra vez en el piso y sangrante, se oyen pisadas húmedas (ya te dije que son por el charco), la poca luz que habia titila hasta desaparecer.
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