Wednesday, December 28, 2005

ESCAPISMO

La doctora como la llamamos todos, siempre ha sido una mujer de carácter. pocas veces se le ha visto con problemas emocionales aparentes. El viernes por la noche voy a salir con ella, la he invitado a comer después de hablar por celular en la tarde del mismo día, y ella gustosa ha aceptado. No es raro que teniendo la oportunidad halla aceptado, lo raro en esta ocasión es que yo he sido el que le ha convidado a salir un viernes en la noche, y a pesar de querer tanto a la doctora como la quiero nunca la tengo muy en cuenta para una salida. Ese mismo día mi novia debe asistir a un cóctel de apertura al que por supuesto no he sido invitado yo. Por lo que cuando recibo la llamada de la doctora decido invitarla, muy a mi pesar de no tener la liquidez financiera que quisiera. La doctora siempre ha tenido una figura menuda muy delgada e igualmente corta de estatura, lo que compensa sin duda su fuerte carácter al que es mejor llevarlo de la manera que solo el cariño enseña. Desde que la conozco se acercado a hombres que dicen y aun aseguran amarla locamente, sin embargo, al escuchar las historias en medio de lagrimas acerca del olvido, el machismo o cualquier otro problema, por un lado lo dudo mientras que por el otro pienso con razón que, por esa manera peculiar de ser o se le quiere mucho o simplemente se le ignora, pero no se le odia. La doctora recibió incondicionalmente mi amor adolescente durante el bachillerato recibiendo a cambio solo el placer de mirarla todos los días de siete de la mañana a doce y media de la tarde, nunca le leí un verso de Neruda ni siquiera me atreví a leerle uno mío. La doctora ahora deliraba por un mequetrefe que la había hecho sentir un princesita después de que otro al mismo tiempo que preparaba su matrimonio, la confundió. Era un doctor que hacia su rural con ella, le endulzo el oído, le celó y al mismo tiempo compraba vajilla, abanicos, licuadoras y pagaba la cuota inicial del apartamento en el que viviría con la que había sido su novia, con anillo y todo, por seis años.
Ese día después de hablar por el celular con la doctora, me dispuse a buscar el dinero para sostener la invitación que le había hecho, tomé una camisa que usé esa misma mañana y que yacía sobre una silla plástica. Me la puse sin mayor cuidado y luego de colocarme unas sandalias salí dirigiéndome al banco. Me subí a un bus que tomaba la calle ochenta y cuatro, luego la vía cuarenta y finalmente la calle treinta, Mientras el bus cortaba cual nautilo el agua de los charcos y arroyos que dejara la lluvia de la noche anterior, la doctora escribía una sentida carta al mequetrefe con la que esperaba terminar la relación, haciéndolo sentir lo suficientemente culpable como para no cerrar ninguna puerta en el futuro. Así estaba yo tratando de disimular infructuosamente todo lo que sentía por ella, mientras que por otro lado ella, como todos los seres sublimes, pese a su sabiduría a prueba de los análisis entre hermanos, no lo notaba. Mientras Clint Eastwood conducía el bus como un salvaje sin que ninguno de los presentes pudiéramos decir nada, yo pensaba, ¿y si un buen día me canso de todo?, ¿y si esta noche le confieso lo que siento a la doctora?, era difícil en realidad pensar en los desvaríos adolescentes, fuera ahora de proporción. Mientras las luces intermitentes rojiverdes del bus, el intelectual de la champeta siguiera esmerado en romper mis tímpanos y acabar con mi cordura, poco vendría a tener de racional cualquier decisión que tomara al respecto, -¿donde esta el cajero? Que hace rato vengo montado en este bus y nada que lo veo- la noche ya iba cayendo y nada del cajero. cuando en medio de la temprana penumbra, una luz verde me dio al fin un respiro de alivio.
-¿señor Eastwood, yo me bajo aquí, gracias?- clint eastwood detuvo en seco el bus de manera repentina, dejándolo en posición diagonal con respecto a la vía, ante los gritos de los demás pasajeros aterrorizados se levanto lentamente del asiento y con la mirada perdida comenzó a hablar: -En esta misma esquina me enamore hace años de una niña palenquera-, todos se quedaron en el mas absoluto silencio sin saber que decir o que cara hacer ante el rostro y las palabras de melancolía del gigante Hollywoodense, ¿jolivudense? No, Hollywoodense, igual esta mal dicho. Hablaba con profunda tristeza de como se enamoró hace tanto tiempo y como hizo igual promesas de amor que como casi todas acá, se las lleva el viento y solo viven en los recuerdos como era su caso, todo esto por supuesto lo decía en su marcado acento extranjero. Los pasajeros seguían mirándolo fijamente sin saber que esperar por que los otros vehículos sonaban sus bocinas al ver su camino bloqueado por una leyenda del cine que desnudaba su propio corazón. En el primer descuido del ahora, chofer de bus urbano, Salí por la puerta delantera del bus corriendo con todas mis fuerzas, -yo tengo mis propios problemas, cachón-. Todos los gringos creen que por que a Robert de Niro le pidieron responder por su hijo cartagenero, todas las mujeres se van desvivir a prueba de todo por las estrellas de cine. No señor aquí cuando la mujer quiere poseer a un hombre lo termina poseyendo sin importarle si es barrigón, calvo, viejo o bobo. La doctora a esas alturas de la noche me espera vestida con un atuendo que había comprado para lucírselo al mequetrefe que, por ser un buen hijo de su madre, la dejo plantada y nunca la llamo para disculparse. Como un rayo hice un retiro para darle una bonita comida y un cóctel por lo menos, llegue sudando a mi casa después, por que el bus en el que había llegado aun bloqueaba la vía y los otros conductores cansados de esperar se quedaron a escuchar los detalles melancólicos del chofer. Tuve que regresar de esta manera corriendo hasta mi casa bañándome lo mas rápido que pude, sin tiempo de afeitarme pues como mi papá siempre ha sido lampiño, solo compra cuchillas desechables una vez al mes. Tomé una guayabera paterna que curiosamente le había sido regalada en Estados Unidos, me perfumé como pude y sudando de nuevo abrí el garaje para sacar la camioneta familiar. –doctora pase lo que pase hoy te trato como una reina, quiero que te olvides de ese mequetrefe de una vez. Me tienes esperando desde noveno grado y no voy a esperar a los veintiséis años-. Como necesitaba inspirarme, y es que no era yo precisamente Bogart. Bogart con su mirada simplona hacia que las mujeres lo adoraran, en cambio si yo hubiera puesto una mirada simplona, hubiera sido simplemente un simplón. Se sube ella a la camioneta una vez más con su figura menuda, tan fácil de abrazar. La llevo al restaurante que por alguna de esas fiestas que nunca faltan en esta Latinoamérica, esta lleno de gente, así trato de hablar con ella mientras a nuestro alrededor cantan el “japi berdi tuyu”, otros son sofocados en su intento de bailar en las mesas y alguien trata de calmar a un bebe que ha estado llorando por media hora.
-¿y ahora, que?-
-¿nos vamos?-
-no va a pasar, mi amigo poeta-
-no va a pasar, que-
-lo que ambos hemos querido desde el bachillerato-
esta Doctora si tiene vainas, me río, sudo un poco, vuelvo a reír, me seco la frente, ella contesta mil llamadas de amigos comunes que supieron que al fin salimos un viernes en la noche, no me ayudan, dejen de llamar hablo dos bobadas con algunos, muero, revivo, vuelvo a morir, pero por alguna razón se que esta noche la doctora se bajara de la camioneta, sonreirá, me dirá que me quiere, sentiré que voy a despertar, y cuando me diga que me quiere mucho y yo no la bese, sabré que no es un sueño y que una vez mas la doctora se va caminando hasta la entrada de su casa como siempre, como lo ha hecho desde que la conozco pensando en algún mequetrefe que cree querer, y que no le permitiría enterarse de lo mucho que otros como yo seguramente se han deshecho preguntándose, ¿qué?